Pintor, cantante barítono, escultor, escenógrafo, botánico, cocinero… y un largo etcétera a lo que Roberto Burle Marx se dedicó con gran maestría, pero por lo que realmente se le recuerda es por ser el paisajista más importante de Brasil y precursor del paisajismo moderno.
De padre alemán y madre francesa, nació en Sao Paulo en 1909, donde recibió una amplia educación con amor al arte, la música y las plantas. A la edad de 19 años (1928), la familia se traslada por dos años a Alemania, donde podría reforzar sus estudios de canto, aunque esta estancia cambiará por completo su rumbo profesional. En los museos de Berlín descubrirá tal pasión por Van Gogh que el canto será sustituido por la pintura, pero la mayor paradoja es que el Jardín Botánico de Dalhem le descubriría la verdadera flora tropical de su Brasil natal, curiosamente olvidada en su propio país.
De regreso a Rio de Janeiro en 1930, compaginará el cultivo y coleccionismo de plantas nativas con su ingreso en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Su primer contacto con la arquitectura moderna de su país sería en la clase de arquitectura, donde conoce entre otros a Oscar Niemeyer. Burle Marx concebía el arte y sus jardines, que llamaba “obras vivas”, como un sistema de formas, colores y ritmos. Fue un investigador autodidacta e independiente, tanto que a los dos años de entrar en la Escuela de Bellas Artes, la abandona decepcionado con los métodos académicos. Experimentó con muchas corrientes sin casarse con ninguna, como el expresionismo, seguido del cubismo, movimiento que le atraía por romper con lo establecido y los académicos. En los 50 se acerca al abstraccionismo, con geometrías más libres y orgánicas. En cualquier caso, toda su trayectoria merece ser destacada por devolver al paisajismo y a la flora tropical brasileña el reconocimiento que se merecen.