Hoy os comparto un artículo de opinión de Cristophe Caro Alcalde, un compañero muy comprometido con el nuevo pilar de nuestra profesión: la sostenibilidad. Dice así…
No es preciso ser muy avispado para concluir que el asunto energético es muy serio asunto. Al mismo tiempo, razonar que la actual coyuntura geopolítica, geobélica podríamos decir, es la razón única de todos nuestros males presentes y lo será de los futuros, es meter la cabeza en la lavadora y seleccionar un especial centrifugado: dispersión de evidencias y negación de resultados.
No son pocos los políticos que niegan la mayor fíándolo todo a una pronta recuperación y vuelta cómoda al estado natural de las cosas. Vuelta al ruedo y puerta grande: acceso fácil a una energía abundante y disponible gracias a esa tecnología que siempre nos salvará mañana.
No sé si hay tantos argumentos para pensar que esto indudablemente va a ser así. La actual era geológica, Holoceno, que muchos científicos de distintas especialidades ya han rebautizado como Antropoceno, no hubiera sido posible sin otro «hombre» como el «hombre hidrocarburo». Entendiendo aquí a ese hombre como ser social, sin relación directa con un género pues en este conflicto es irrelevante.
El hombre/persona hidrocarburo ha alcanzado un nivel de desarrollo en todas las esferas imaginables gracias a su talento y afán investigador, sí, pero las columnas que soportan ese Partenón del conocimiento son cilíndricas, de metal y están llenas de petróleo. Sin la variable petróleo, la sociedad que conocemos ni se le parecería a la alternativa que ha quedado aparcada en la cara oculta de la historia. Más aún, sin un petróleo barato. ¿En qué siglo tecnológico estaríamos aún de no ser por esa «materia oscura»?
Y es que nos hemos acostumbrado tanto, por ende dependemos tanto del petróleo, que redibujar una sociedad verde con energías cien por cien renovables parece que fuera posible solo con proponérselo y redactarlo en una nueva agenda. Se llame 2030, 50 o ya se verá en qué década son factibles nuestros propósitos de enmienda.
Sin embargo, vayamos a un sencillo ejercicio práctico, básico de parvulario. Queremos consumir solo energía renovable, en su mayor parte de tipo eléctrico pues poca es la tecnología que no dependa de la electricidad en alguno de sus pasos para el buen funcionamiento. Repoblemos los montes no con millones de árboles, como deberíamos estar haciendo desde décadas atrás, sino con aerogeneradores. El resultado es por todos conocido: viento gratis produce electricidad (esta no gratis aunque tal paradoja habrá que diseccionarla en otro momento).
Sigue la fórmula dependiendo del petróleo. Petróleo para mover la maquinaria pesada que abrirá caminos hasta llegar al punto donde se colocarán los molinos. Para levantar los cuerpos que forman esos molinos. Camiones con petróleo para trasladar esas piezas desde la fábrica al campo. Barcos con petróleo que muevan los contenedores con algún componente indispensable, sean microchips o imanes de neodimio, desde un país asiático fabricante-contaminante hasta otro europeo verde-demandante con su agenda-insignia por el clima en la solapa. Conclusión: no se montará ningún molino sin el concurso del petróleo.
Lo mismo vale para los paneles fotovoltaicos, actualmente en precios a la baja gracias a las economías de escala que producen casi todo y sin descanso también en Asia. Y que por ello habrá que trasladarlos en el mismo barco que nos ha traído antes las piezas de los aerogeneradores consumiendo los mismos litros de fueloil, el combustible que más polución genera de todos los posibles.
He citado los imanes de neodimio, fundamentales en la gran aerogeneración por razones de economía mecánica y producción, pero no las tierras raras. Que como su propio nombre indica no parecen fácilmente disponibles. Son tan raras que de hecho no se pueden extraer por sí solas de la tierra, antitética redundancia, sino que han de ir asociadas a otro mineral útil para que la operación sea económicamente viable. China atesora actualmente casi el 90% de esas tierras. Y digo bien con el término «atesorar».
De otro lado, las administraciones locales y no locales impulsan la biomasa como la gran medida verde en esta Europa naif cual Greta Thunberg. Sin embargo, tal biomasa procedente de restos de poda, limpieza de montes y otro largo etcétera de nobles propósitos, no lo es en muchos casos. Las talas de árboles son las mayores proveedoras de materia prima para convertir esos árboles en pellets. Se dice que talas controladas, aunque allí donde hay negocio siempre queda algún resquicio para el descontrol y/o el pillaje. En cualquier caso, ¿de verdad el mayor valor añadido de la madera es servir de combustible? Diría que no por lo efímero de la operación. Sin duda, su propósito medioambiental más rentable, dejando al margen su destino como materia orgánica reincorporada al sistema, es servir de material estructural. Desplazando al hormigón y el acero en el proceso.
El nuevo banner mediático es el hidrógeno. Mejor aún, hidrógeno verde. No en vano el hidrógeno por razones de simplicidad atómica es el elemento más abundante del universo. Un protón y un electrón, no hay quien dé más por menos hasta acaparar casi el 75% de ese universo conocido.
Sin embargo, a pesar de esta superabundancia no es fácilmente recolectable ya que es amigo de aparecer en compañía. El amor es lo que tiene: caso claro de atómicodependencia. También la fórmula más habitual es la más usada desde el origen de los tiempos terrícolas: agua. De la que es extraído por un proceso no barato en costes energéticos llamado electrolisis. Rompemos la molécula de agua y tenemos hidrógeno y oxígeno.
Como esta fórmula demanda mucha energía eléctrica, en torno al 95% del hidrógeno producido hoy se extrae del gas natural. Dejando en el ínterin 11kg de CO2 por cada kg de hidrógeno. O gastando 4 kg de metano por kg de hidrógeno obtenido, con unas pérdidas del 33%. Todo ello sin contar otras pérdidas por gestión, transporte, almacenamiento… La molécula de hidrógeno H2 es tan diminuta que incluso los mejores depósitos tienen una pérdida del 2-3 %. Y aquí decir mejores significa costosísimos y voluminosos.
El hidrógeno «verde» menos agresivo, pues hay varios tipos de hidrógeno verde o incluso de otros colores, no es otra cosa que añadir electricidad de origen renovable al proceso de electrolisis. Aunque si consideramos el empleo de un recurso como el agua, ya no es tan verde. Si es dulce, acabamos con una disponibilidad que no nos podemos permitir. Si es salada, resulta una maniobra tan corrosiva que lo que aquí acaba es toda posibilidad de vida: sosa cáustica y cloro son sus principales insumos. Otro chiste.
En definitiva, que el panorama energético queda lejos de resolverse fácilmente. ¿Y qué tiene esto que ver con la arquitectura? Nada y todo.
No hay proceso productivo, ni siquiera vital, sin que medie un intercambio de energía, comer no es otra cosa que proveerse de energía para usos futuros. Por lo que cuanto más eficiente sea ese intercambio mejor le irá al sistema. Obviedad que con frecuencia se olvida.
Ante este panorama, la responsabilidad del diseñador arquitectónico es máxima en esa búsqueda de espacios constructivos cuya demanda energética pueda resolverse tanto hoy como mañana. Ya las nuevas directrices europeas y españolas apuntan en esa dirección con edificios de consumo casi nulo, EECN o su versión inglesa NZEB. Con aportaciones de generación in situ, materiales de proximidad de baja energía incorporada, regenerables, etc.
Pero, ¿será suficiente en ese futuro de escasez energética y probable de materias primas? Por no mencionar el siempre postergado compromiso frente al cambio climático.
No mucho tiempo atrás, en las zonas rurales se entendía la vida como una lucha diaria frente a la escasez de alimentos y recursos. Y he dicho bien, lucha diaria para no caer en ese falso romanticismo urbanita que presupone una actitud siempre responsable, ecológica y solidaria del vecino rural.
Sin embargo, en esa batalla por la supervivencia había algunos factores determinantes: poca demanda de energía para uso doméstico, apenas un hogar o cocina económica en el centro de la vivienda como generación de calor; producción de alimentos in situ, vía huerto o parcelas de dominio público arrendadas a bajo coste a los vecinos; mínima demanda de productos indispensables y cero de los superficiales: mobiliario básico, ropa la justa, decoración espartana; todo reparable nada desechable. Notable referencia para quienes defendemos el decrecimiento como única alternativa a un futuro low cost en todos sus términos.
Low cost para sueldos, recursos, opciones.
Pero esta supervivencia alimentaria, y de recursos básicos, era de forma involuntaria garantía de sostenibilidad. El equilibrio del sistema se lograba con una baja demanda. Por muy sostenible que sea la utilización del cáñamo local para los cielos rasos de tu casa, por ejemplo, si lo cambiamos todos cada año no quedará cáñamo para futuras necesidades. Igual que se esquilmaron los bancos de pesca de bajura, pueden agotarse todos los recursos; uno tras otro y aunque sean de tu aldea. Así que la única solución a esta disyuntiva es la represión de la demanda. No hay plan B para muchas cosas aunque, como he dicho, esta fórmula salvaba entonces la supervivencia.
Regresando a la época actual, con el agua, alimentos, ropa, mobiliario, acceso digital y caprichos garantizados, no por nuestra propia habilidad o trabajo personal sino por Aquaservice, Mercadona, Zara, IKEA, Netflix o Amazon, queda una necesidad básica que debemos cubrir para que todo lo anterior sea posible: energía. Lo que nos conecta con el principio de este artículo. Vivienda y energía.
¿Qué pasaría si de la noche a la mañana no tenemos gas? O electricidad. O gasoil para calefacción. Y ahora no estoy hablando de un núcleo rural, sino de una ciudad. Tanto más problemático cuanto más grande. ¿De qué nos iba a servir tener resuelto todo lo anterior, como he dicho, sin electricidad en el enchufe o gas en la caldera? Sin energía todo se derrumba. Y hasta un punto que desde nuestra actual comodidad somos incapaces de imaginar. Sin energía, el caos. Con el caos, el conflicto social. Y tras este, ¿qué queda sino otra noche oscura y larga?
Por esto, defiendo la idea de que las viviendas deben ser autosuficientes energéticamente, porque pueden serlo. La tecnología lleva tiempo disponible, solo hay que implementarla. En viviendas unifamiliares es sencillo: tenemos superficie de captación suficiente. Solar, térmica y eólica. Paneles fotovoltaicos y aerogeneración para energía eléctrica, captadores térmicos para el agua caliente. Nada de ventilación natural como primera opción, demasiado vulnerable a los vaivenes climatológicos diarios, sino ventilación mecánica controlada con recuperación de calor. Olvídense de las campanas extractoras con salida directa. En su lugar, sistema cerrado con filtros de carbón activado o limpieza por plasma.
Para las duchas hay un invento sueco, recuperación de calor que ahorra agua además de energía. Vidrios siempre con control solar exterior y bajo emisivo interior. Persianas independientes de ventanas. Colocación exterior, lamas orientables. En Francia son muy comunes las persianas con guía giratoria, hasta 45° pueden levantar la persiana respecto al plano de ventana, proyectando una sombra crucial sobre los vidrios que reduce drásticamente su temperatura. Otra obviedad olvidada: lo más eficaz para el control solar en un vidrio es la sombra.
Maximizar el aislamiento, minimizar las infiltraciones. Estructuras de madera aligerada, olvídense de los excesos del CLT. Cubiertas o fachadas vegetales con plantas de secano. Adiós a la hierba para su césped, la Lippia nodiflora pudiera ser una opción: bajísimo consumo de agua.
Gran parte de todo ello gracias a esa tecnología que ya está ahí y que eleva la edificación a otro nivel. Si además contamos con superficie para plantar algún árbol en la parcela o proximidades, estas viviendas serían auténticos sumideros de CO2. Según un estudio de la universidad de Sevilla, un pino carrasco adulto retiene más de 48™/año de CO2. El piñonero, 27™.
Una familia actual, dos adultos con un niño, dos coches diésel para dos trabajos con 37.000 kms anuales recorridos, puede emitir alrededor de 37™/año con calefacción de gas y aire acondicionado para el verano.
Eliminando los consumos de fósiles en la vivienda, dejamos los coches eléctricos para un futuro donde esa tecnología esté realmente madura, ese hogar sería negativo en emisiones.
Por ello, ningún diseñador arquitectónico puede permitirse el lujo de prescindir de estos ingredientes en sus proyectos, so pena de construir viviendas que ya nacen obsoletas, además de poco responsables. Remitiéndome al título de este texto, solo hay una apuesta ganadora: arquitectura rigurosamente verde. O en su defecto lo que habrá será nada. Tampoco arquitectura.
© Christophe Caro Alcalde