


La extensa carrera de Frank Lloyd Wright a lo largo de casi 70 años de oficio nos ha dejado un legado de entorno 200 obras, aunque menos de la mitad construidas. La longevidad del que ya muchos consideran padre de la arquitectura moderna le permitió experimentar con diversos modelos arquitectónicos, muchos de ellos aparentemente contradictorios. Esta gran diversidad creativa comparte por otro lado un hilo conductor que unifica toda su carrera: el concepto de Ciudad Viviente.
Aunque su teoría de la desintegración de la ciudad antigua no sale a la luz hasta su primera publicación en 1932 con el libro “The disappearing city”, y el término de “Ciudad Viviente” hasta su tercera reedición en 1958 en “The Living City”, este concepto no deja de ser el resultado de una serie de acontecimientos cuyo origen podemos remontar a la Exposición Universal de Chicago de 1893. Esta exposición supuso un retroceso de la arquitectura americana en al menos 40 años, destruyendo por completo los logros de la moderna Escuela de Chicago con Louis Sullivan, maestro de Wright, como mayor exponente. Paradójicamente, la influencia de uno de esos pabellones, el de Japón, supuso la clave para la supervivencia profesional de Wright además de una futura estrecha relación con la cultura de ese país. Resulta curioso que la huella que dejara esta exposición en el concepto de lo que debía ser la arquitectura para la sociedad americana de principios de siglo se pueda extrapolar con la creencia actual, 120 años después. Entonces, se consideraba como arquitectura lo que ahora podríamos llamar una arquitectura de fachadas: una especie de collage de estilos y modas caprichosas y pasajeras que por otro lado no reflejaban los avances técnicos de la época. La apuesta de Wright es en cambio más espacial que formal, sembrando la semilla de lo que será el origen de la arquitectura moderna, que como bien dijo Breuer es una “actitud”, y no un “estilo”.
Bajo la influencia de la cultura nipona, Wright emprendió de 1899 a 1911 un primer acercamiento a lo que llamaría “arquitectura orgánica” con sus “Prairie Houses” o “Casas de la Pradera”. Estas casas, que por su nombre parecen concebidas para un entorno rural, fueron en su mayoría construidas en suburbios urbanos como Oak Park, una zona residencial de Chicago. El ambiente adverso de los “Estilos” clásicos, junto al crecimiento urbano acelerado a golpe de ciudades dormitorio, fueron desarrollando en Wright un creciente sentimiento de repulsa hacia la ciudad antigua. Como referencia, la ciudad de Los Angeles casi triplicó su población en la década de 1920 a 1930, pasando de 500.000 a casi 1,5 millones de habitantes. Solo en 1923, se concedieron más de 60.000 licencias de obra nueva. Como remate a esta situación, Wright pudo interpretar en la crisis del 29 una señal para visionar “Broadacre City”, un nuevo concepto de ciudad futura que sustituiría al obsoleto modelo social, económico y arquitectónico que representaba la ciudad antigua, a la que solía referirse como:
“cierto tumor de maligno crecimiento… una amenaza para el futuro de la humanidad”.
Los grandes avances en telecomunicaciones, y en especial la aparición en escena del automóvil en la sociedad americana, tuvieron un papel vital. Wright no podía entender cómo la aparición de este nuevo medio de transporte mantenía ligado al hombre a una urbe que con los años crecía congestionando su tráfico rodado. El vehículo representaría la clave del alcance de la libertad del individuo en una ciudad territorio, un modelo urbano descentralizado que permitiera un contacto más estrecho de la vivienda con la naturaleza. De nuevo, esta libertad se basa en un concepto espacial, ya que el logro de los nuevos medios de transporte es el de devolver al hombre su sentido del espacio: el espacio libre. Una libertad seguramente experimentada por Wright en sus múltiples viajes por carretera, desde finales de los años 20, en especial por el vasto desierto de Arizona que dejaría una profunda huella en él. En “The disappearing city” de 1932 podemos leer un fragmento que nos muestra que esa recuperación de la libertad espacial tiene además un profundo tinte espiritual de humanización de la sociedad, recayendo en el carisma de la arquitectura la labor de engrandecer la vida humana:
“… el propio ciudadano ha olvidado el verdadero propósito de la existencia humana y acepta objetivos substitutivos en lugar de su vida….”
“… la mente creativa deberá rehumanizar la sociedad descentralizada que llegue cuando la ciudad finalmente muera…”



En 1934 desarrolló bajo el patrocinio de Edgar J. Kaufman una maqueta de Broadacre City como un emplazamiento imaginario de 6km2 que daría cabida a 1400 familias de 5 miembros por vivienda, todas ellas con un mínimo de 1 acre de terreno a cultivar o ajardinar según sus necesidades. De este modo se enfatizaba la productividad individual minimizando el control de los grandes negocios. Cada familia dispondría además de al menos un automóbil, convirtiendo la autopista en el símbolo de la libertad humana que conecta las viviendas y granjas con los núcleos de equipamientos culturales, ocio, comercio, servicios públicos… Todos estos edificios se integrarían en el paisaje urbano de manera que cada vivienda tuviera cubierta todas sus necesidades en un radio de 150 millas.
A pesar de que la maqueta de Broadacre defina una retícula ortogonal de carreteras, el modelo de crecimiento planteado por Wright debía mostrar una flexibilidad ilimitada frente a los diferentes territorios y condiciones climáticas, como se puede ver en el caso del proyecto de Parkwyn Village (Michigan, 1947).
Al observar la salida de muchos negocios de los núcleos urbanos antiguos, congestionando el tráfico de los suburbios, Wright planteó ir más allá y descentralizar por completo el trabajo que podría realizarse en el propio domicilio gracias a los avances en telecomunicaciones. Esa gran confianza en la tecnología se ilustra en sus posteriores dibujos en los que incluso visiona los “aerotores”, una especie de helicóptero que no necesita de pistas de aterrizaje y que reemplazaría a los aviones y los trenes de pasajeros; o diversos modelos de vehículos de dos ruedas, eficientes y respetuosos con el medio. También apostaría por la aparición de hoteles móviles y ciudades barco, promoviendo así una mayor libertad de movimiento. El concepto de Ciudad Viviente se nutre claramente de su condición de cambio y evolución continua.
Este modelo de ciudad-territorio fue en muchos aspectos malinterpretado por la sociedad americana de su tiempo, que solo veía en su propuesta una vuelta a la ruralización, o bien no entendía que no se trataba de una propuesta en una ubicación real. Broadacre no era más que el escenario imaginario en el que Wright desarrollaba sus diseños en búsqueda de un ideal de sociedad más humanizada y en contacto con la tierra, pero no desde un punto de vista rural, sino la “Tierra” como la forma más simple de arquitectura. Por ello debemos entender sus obras, en especial las de su última etapa “Usonia”, como engranajes de una unidad territorial global. De hecho, en la maqueta y dibujos se pueden apreciar tanto obras realizadas por Wright como tantas otras que sólo quedaron en papel.
El nuevo concepto de Ciudad Viviente no deja de ser una llamada de valentía al hombre para liberarse de las ataduras que le encadenan a una ciudad abocada a la desintegración. Tal fue para él que incluso dejó atrás mujer e hijos en 1911 para emprender junto a su amante el proyecto de Taliesin, su granja escuela en su Wisconsin natal, tierra de lagos y montes a la que regresó definitivamente en 1924 tras su etapa en Hollywood. Este hecho, severamente reprobado por la sociedad americana, no deja de ser una muestra del carácter inconformista de Wright ante el modelo de vida tradicional, que se refleja en su cita:
“… el amor, si no es correspondido, más que amor se convierte en el peor estado de esclavitud…”
Esta residencia-escuela no dejaría de crecer hasta la muerte de Wright en 1959, convirtiéndose en el modelo construido más representativo a escala urbana de su concepto de ciudad territorio. También pasaría a ser su laboratorio de trabajo en su etapa Usonia, en el que poder desarrollar su concepto de Arquitectura Orgánica en un paisaje que moldearía a su antojo. Muchos otros proyectos serían concebidos con la misma filosofía, aunque la mayoría sin ejecutar, como el rancho Doheny (1923) o el complejo hotelero de Albert M. Johnson en el desierto (1924), ambos concebidos en opuestos escenarios de California como extensos paisajes urbanos de edificios interconectados a través de carreteras, en estrecha relación con las características naturales del lugar.
Analizada a posteriori, está claro que el modelo de Ciudad Viviente no representa una solución realista a los problemas de las ciudades modernas, pero sí debemos reconocer que Wright fue un pionero al acercarse tanto al modelo de colonización territorial llevado a cabo en la Norteamérica de finales del siglo pasado. Quedaría por demostrar el impacto ambiental que generaría la construcción de carreteras tras la total descentralización de las ciudades, unido al problema de superficie que supondría un excesivo crecimiento demográfico. Este modelo de ciudad territorio también sufriría una grave dependencia de las constantes fluctuaciones del precio del petróleo, algo que ya lleva sucediendo en gran parte del territorio norteamericano. Pero por segunda vez debemos reconocer lo visionario de su propuesta al encontrarnos en una época de profunda crisis mundial, en gran parte energética, y en la que ya muchas voces abogan por un modelo de microredes inteligentes y producción descentralizada de energía para el autoconsumo a través de las renovables.
Su propuesta no era más que un sueño de sociedad estimulado por los avances tecnológicos… ¿Qué habría soñado Wright en este nuevo siglo de móviles, internet, energías renovables y coches eficientes? La situación actual nos pide soluciones novedosas a muchos niveles, que no se lograrán sin valentía o miedo al fracaso, tal y como hizo Wright con su Ciudad Viviente.
Webs relacionadas:
Galería muy completa de la Exposición Universal de Chicago de 1893.
Bibliografía.
David G. De Long; Frank Lloyd Wright y la Ciudad Viviente, Vitra Design Museum, 2000.
William Shaw; Broadacre City: American fable and technological society, tesis para el departamento de arquitectura de la Universidad de Oregón, 2009.
Bruce Brooks Pfeiffer; Frank Lloyd Wright, Taschen, 2000.
4 comentarios en “La Ciudad Viviente, escenario de un ideal.”