Desde su independencia de Rusia en 1991, Azerbaiyán lleva millones invertidos en búsqueda de una identidad propia al margen del legado soviético. El centro cultural Heydar Aliyev de Zaha Hadid en Bakú, su capital, es ya uno de sus símbolos de futuro y renovación, un poco como lo que representó el Museo Guggenheim para la ciudad de Bilbao.
Siendo un país de mayoría musulmana, los autores del proyecto defienden su ligereza y sinuosa forma como una reinterpretación de la caligrafía árabe y de la continuidad decorativa en la arquitectura tradicional azerí, cuyos motivos se extienden como un tapiz sin distinguir divisiones entre suelos, paredes o techos. El contraste con la vieja Bakú es fuerte, y promete una clara ruptura con la rigidez e incluso monumentalidad del Modernismo Soviético.
La continuidad suele venir de serie en la arquitectura de Hadid, pero en este caso se ha llevado al extremo con una gran cubierta que adapta su curvatura a un programa que bien podría ser tres edificios en uno: un museo, un centro de conferencias y una biblioteca. Esta envolvente no entiende de límites ni encuentros, ya que desliza sus paneles fundiéndose con el suelo que la rodea. La relación y unidad con la plaza es de lo más interesante, presentando el edificio como fondo de un escenario urbano de casi 100.000 m2 de jardines, recorridos en zigzag y láminas de agua.
La fuerte caída del terreno en uno de sus extremos se aprovechó para desarrollar una plaza escalonada en diferentes niveles expositivos al aire libre. Las escaleras mecánicas se camuflan entre potentes jardineras hasta alcanzar la cota más elevada, que no se detiene con el edificio sino que enlaza con sus recorridos interiores.